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Día Mundial de la Salud Mental: el tabú que nos mantiene estancados

    Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental, y como cada 10 de octubre, vemos una oleada de mensajes bienintencionados en redes y medios. Pero quiero que nos hagamos una pregunta incómoda: ¿estamos realmente avanzando en este tema o estamos simplemente repitiendo lo que es socialmente correcto decir?
    Mi impresión, observando lo que pasa en la educación, en las empresas y en la calle, es que seguimos estancados. Y estamos estancados porque no nos animamos a hablar de lo que realmente importa. Preferimos la autocensura antes que enfrentar la realidad.
    Y la salud mental, sigue siendo uno de los grandes tabúes de nuestra época.

    Hace poco, reflexionaba sobre cómo la pandemia fue un evento disruptivo, del que de alguna manera, ya no se habla. Se pasó página muy rápido, pero las secuelas que dejó son mucho más graves de lo que pensamos.
    Vivimos un período de aislamiento, de miedo y de incertidumbre radical. Tuvimos que cambiar nuestras vidas, nuestro trabajo y nuestra forma de enseñar, de la noche a la mañana. Y justo cuando salimos de esa crisis, aparece la Inteligencia Artificial Generativa, trayendo consigo una nueva ola de ansiedad sobre el futuro del trabajo y el valor humano.
    El problema, es que nos adaptamos tecnológicamente, aprendimos a usar las herramientas, pero no hicimos el trabajo interno. No procesamos el impacto emocional de vivir en un estado de alerta constante. Y esa factura, nos está llegando ahora, en forma de agotamiento crónico, ansiedad y una profunda desconexión.

    Hablamos mucho de adaptar la educación a las nuevas tecnologías, de cómo el docente debe «amigarse con la máquina». Y eso es fundamental. Pero, ¿dónde queda la educación emocional?
    Si no enseñamos a los chicos, y a los adultos, a gestionar la incertidumbre, a desarrollar pensamiento crítico frente a lo que consumen en redes, y a entender sus propias emociones, estamos fallando en lo básico.
    La salud mental, no es solo la ausencia de enfermedad, es la capacidad de apropiarse del aprendizaje, de ser dueño de lo que uno piensa y siente. Y eso requiere herramientas concretas. Necesitamos abrir la cabeza e integrar la inteligencia emocional, en los planes de estudio, no como un taller aislado, sino como un eje transversal.
    Si seguimos enfocados solo en buscar herramientas «antiplagio» para la IA, en lugar de enseñar a usarla con ética y bienestar, estamos perdiendo el foco.

    El mayor enemigo de la salud mental, es el silencio. Es esa tendencia a decir «estoy bien» porque es más fácil, porque no queremos incomodar, o porque tememos al juicio ajeno.
    Pero cuando uno dice solo lo que es socialmente correcto, no cambia nada. Seguimos estancados.
    Tenemos que animarnos a decir las cosas. Animarnos a reconocer que la incertidumbre nos afecta. Animarnos a pedir ayuda profesional, sin sentir que es una derrota, sino un acto de inteligencia y responsabilidad.
    Si queremos realmente un futuro diferente, tenemos que ocuparnos de la salud mental con la misma seriedad con la que abordamos la economía, o la tecnología.
    Mi invitación hoy, es a romper la autocensura. Empecemos a tener las conversaciones difíciles, en la educación, en el trabajo y en nuestras casas. Porque si no cuidamos la base emocional de nuestra sociedad, no hay futuro sostenible posible.
    Es hora de ocuparnos.