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Poder y juventud: venciendo resistencias

    La adolescencia, es una etapa de transición en la vida, que puede convertirse en un torbellino de emociones desbordantes y conflictos internos. A menudo, los jóvenes se encuentran atrapados en un laberinto de tristeza, desorientación y relaciones tóxicas, luchando por mantener el control de sus emociones y establecer conexiones saludables con quienes los rodean. Desórdenes alimenticios, consumo de drogas y alcohol, problemas de conducta en el colegio, dificultades para relacionarse con las autoridades y sus compañeros, peleas con amigos y familiares... La lista de desafíos que enfrentan los adolescentes, puede ser abrumadora. Sin embargo, a pesar de encontrarse en situaciones que claramente requieren ayuda profesional, muchos se resisten a dar el paso de acudir a un psicólogo. ¿Por qué esta resistencia a buscar ayuda cuando más la necesitan? La respuesta radica en una compleja mezcla de factores psicológicos y sociales. Para muchos adolescentes, la idea de ir al psicólogo, está cargada de estigmas y prejuicios. Temen ser etiquetados como "locos". Muchas veces, cuando sus compañeros se enteran de que están haciendo terapia, así los llaman, “los loquitos”, y esto les resulta muy duro. Hay que tener en cuenta, que el estar enfrentando situaciones que los desbordan, haciéndolo con un profesional y que todavía los llamen "loquitos", no resulta para nada fácil. También les da miedo ser etiquetados de "débiles", ya que en general, los más débiles, suelen ser los elegidos para ser castigados, dejados de lado, ser víctimas de bullying y apartados de los grupos. Y tampoco deja de ser fácil, admitir la necesidad de ayuda, ya que es una muestra de vulnerabilidad que prefieren evitar. Por lo tanto para muchos chicos, aceptar ir a un psicólogo, es una carga más pesada que los propios problemas que los aquejan. Además, la sugerencia de buscar terapia a menudo, proviene de adultos, como padres, maestros o consejeros escolares, lo que puede generar una dinámica de poder que los adolescentes rechazan. Para ellos, la decisión de ir al psicólogo se convierte en una cuestión de autonomía y control. ¿Quién tiene más poder, el adulto que les indica que vayan o ellos mismos? La respuesta, en su mente, es clara: ellos son los dueños de su destino. Esta lucha por el poder puede manifestarse de diversas formas. Algunos adolescentes se niegan rotundamente a ir al psicólogo, desafiando la autoridad de los adultos y aferrándose a la idea de que pueden resolver sus problemas por sí mismos. Otros pueden acceder a regañadientes, pero con una actitud de resistencia y desconfianza, saboteando el proceso terapéutico. Es importante entender que esta resistencia, no es un capricho o una simple rebeldía adolescente. Es una respuesta natural a la sensación de pérdida de control y a la necesidad de afirmar su independencia. Los adolescentes están en una etapa de desarrollo, en la que buscan definir su identidad y establecer sus propios límites. La sugerencia de ir al psicólogo, puede ser interpretada como una invasión a su autonomía y una negación de su capacidad para resolver sus propios problemas. Para superar esta resistencia, es fundamental abordar el tema con empatía y comprensión. En lugar de imponer la terapia como una obligación, es necesario establecer un diálogo abierto y honesto con los adolescentes, escuchando sus preocupaciones y validando sus sentimientos. Explicarles cómo la terapia puede empoderarlos para tomar el control de sus vidas y superar sus dificultades puede ser un primer paso para romper las barreras. Es crucial desmitificar la figura del psicólogo y romper los estigmas asociados a la salud mental. Los adolescentes necesitan entender que buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía y autocuidado. La terapia no se trata de ser etiquetado o juzgado, sino de encontrar un espacio seguro y confidencial para explorar sus emociones, desarrollar habilidades de afrontamiento y construir una vida más plena y saludable.

    La adolescencia, es una etapa de transición en la vida, que puede convertirse en un torbellino de emociones desbordantes y 

    conflictos internos. 

    A menudo, los jóvenes se encuentran atrapados en un laberinto de tristeza, desorientación y relaciones tóxicas, luchando por mantener el control de sus emociones y establecer conexiones saludables con quienes los rodean.

    Desórdenes alimenticios, consumo de drogas y alcohol, problemas de conducta en el colegio, dificultades para relacionarse con las autoridades y sus compañeros, peleas con amigos y familiares…

    La lista de desafíos que enfrentan los adolescentes, puede ser abrumadora. Sin embargo, a pesar de encontrarse en situaciones que claramente requieren ayuda profesional, muchos se resisten a dar el paso de acudir a un psicólogo.

    ¿Por qué esta resistencia a buscar ayuda cuando más la necesitan? La respuesta radica en una compleja mezcla de factores psicológicos y sociales.

    Para muchos adolescentes, la idea de ir al psicólogo, está cargada de estigmas y prejuicios. Temen ser etiquetados como «locos». Muchas veces, cuando sus compañeros se enteran de que están haciendo terapia, así los llaman, “los loquitos”, y esto les resulta muy duro. Hay que tener en cuenta, que el estar enfrentando situaciones que los desbordan, haciéndolo con un profesional y que todavía los llamen «loquitos», no resulta para nada fácil.

    También les da miedo ser etiquetados de «débiles», ya que en general, los más débiles, suelen ser los elegidos para ser castigados, dejados de lado, ser víctimas de bullying y apartados de los grupos.

    Y tampoco deja de ser fácil, admitir la necesidad de ayuda, ya que es una muestra de vulnerabilidad que prefieren evitar. Por lo tanto para muchos chicos, aceptar ir a un psicólogo, es una carga más pesada que los propios problemas que los aquejan.

    Además, la sugerencia de buscar terapia a menudo, proviene de adultos, como padres, maestros o consejeros escolares, lo que puede generar una dinámica de poder que los adolescentes rechazan. Para ellos, la decisión de ir al psicólogo se convierte en una cuestión de autonomía y control. ¿Quién tiene más poder, el adulto que les indica que vayan o ellos mismos? La respuesta, en su mente, es clara: ellos son los dueños de su destino.

    Esta lucha por el poder puede manifestarse de diversas formas. Algunos adolescentes se niegan rotundamente a ir al psicólogo, desafiando la autoridad de los adultos y aferrándose a la idea de que pueden resolver sus problemas por sí mismos. Otros pueden acceder a regañadientes, pero con una actitud de resistencia y desconfianza, saboteando el proceso terapéutico.

    Es importante entender que esta resistencia, no es un capricho o una simple rebeldía adolescente. Es una respuesta natural a la sensación de pérdida de control y a la necesidad de afirmar su independencia. Los adolescentes están en una etapa de desarrollo, en la que buscan definir su identidad y establecer sus propios límites. La sugerencia de ir al psicólogo, puede ser interpretada como una invasión a su autonomía y una negación de su capacidad para resolver sus propios problemas.

    Para superar esta resistencia, es fundamental abordar el tema con empatía y comprensión. En lugar de imponer la terapia como una obligación, es necesario establecer un diálogo abierto y honesto con los adolescentes, escuchando sus preocupaciones y validando sus sentimientos. Explicarles cómo la terapia puede empoderarlos para tomar el control de sus vidas y superar sus dificultades puede ser un primer paso para romper las barreras.

    Es crucial desmitificar la figura del psicólogo y romper los estigmas asociados a la salud mental. Los adolescentes necesitan entender que buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía y autocuidado. La terapia no se trata de ser etiquetado o juzgado, sino de encontrar un espacio seguro y confidencial para explorar sus emociones, desarrollar habilidades de afrontamiento y construir una vida más plena y saludable.